miércoles, 15 de febrero de 2012

La estrella asesina



Sobre Matsud y Aoyama la onda de neutrones - no solo aún no vista, sino de hecho invisible -, si bien viajaba a solo una fracción de la velocidad de la luz, se rezagaba respecto de su propio destello y la explosion gamma. Desde el lugar donde la bomba se hallaba - sus polos magnéticos -. núcleo de hierro y tungsteno tomaban la delantera frente a los neutrones en un efecto de dispersión, comportándose como si jamás hubieran sido parte de una misma estructura. Tras ellos, el rezagado rocío de neutrones (y a menor nivel, de protones y antiprotones de corta vida) con convertía ahora en una fuente secundaria de rápida y mortal radiación.
Después de un diezmilésima de segundo, el aire empezó a absorber la explosión y a responder a ella. La atmósfera circundante se volvió un abismo expansivo de vacío casi perfecto, que se alejaba del lugar donde se hallaba la bomba y formaba una cueva de plasma. A lo largo de las paredes de la caverna, el rocío de neutrones generó un segundo estallido de rayos gamma. Para ese momento, el fogonazo inicial había viajado ya a un radio de treinta kilómetros, y la luz empezaba a ser registrada por los sistemas nerviosos de los camarones mantis en el fondo del puerto de Hiroshima. Debajo del hipocentro, la sangre del cerebro de la señora Aoyama empezaba a vibrar, a punto de convertirse en vapor. Experimentó una de las muertes más veloces de la historia humana. Antes que un solo nervio empezara a percibir el dolor, ella y todos sus nervios dejaron de existir. A varias manzanas de distancia, Toshihiko Matsuda y las plantas que lo rodeaban vivirían otro instante más, En un radio de diez manzanas, los peces koy y las tortugas que nadaban en los lagos del Castillo de Hiroshima aún estarían vivos el día siguiente, si bien antes de que pudieran empezar a estremecerse o buscar aguas más profundas, estarían ciegos y sus escamas y caparazones chamuscados.
La velocidad de las reacciones empezaba a disminuir, pasando de marcos de tiempo cuánticos a campos de tiempo biológico. Durante los siguientes tres milisegundos, en el lapso en que una mosca podría ejecutar apenas un movimiento de ala para empezar a alterar su curso, la bola de fuego se comenzaría a formar. Al inicio se expandió a cien veces la velocidad del sonido, pero para el momento en que su superficie inferior se acercaba la la Cúpula de Hiroshima y al techo de la casa de los Matsuda, noventa y siete milisegundos y treinta y un aletazos más tarde, su velocidad había disminuido a un quinto de la original. Cerca de la periferia de la bola de fuego, nuevos átomos generados por la fusión con vidas de muy corta duración, experimentaron una rápida descomposición, lanzando una tercera explosión de rayos gamma.
Una décima de segundo después de la detonación por todo Hiroshima los cables de teléfonos y la ropa empezaron a emitir columnas verticales de vapor negro, si bien todos los edificios aún se encontraban en pie. Comparada con sus inicios, la onda de la descarga era ahora lenta. Esta burbuja atómica, la más lenta de las tres principales, tocó el suelo a solo dos veces la velocidad de la luz, apenas más rápido que los reflejos humanos.
Las personas habrían necesitado la treintava parte de un segundo para registrar el movimiento; una décima para retroceder y ocultarse. Las vías neuronales de las moscas dispararon y fijaron, escrutaron y respondieron casi cincuenta veces más rápido que el cerebro humano. Desde la perspectiva de una mosca, los humanos estaban casi congelados, viviendo en universo en cámara lenta, del mismo modo que un humano percibe los marcos temporales de las babosas y los caracoles.
En varios kilómetros a la redonda, las moscas registraron el destello inicial de la luz menos de cinco milisegundos después que cayera a tierra y lograron cambiar el curso y buscar protección cien milisegundos después, durante los siguientes treinta aleteos o el intervalos de un parpadeo promedio en tiempo humano.


Extracto:  "El último tren de Hiroshima" La estrella asesina Pag. 35 - 36 Charles Pelegrino.


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