domingo, 18 de octubre de 2009

LOCAS MUJERES... Gabriela Mistral.


La lectura de los poemas reunidos bajo el título 'Locas Mujeres' da pie a un reconocimiento cabal de lo que la Mistral fue como poeta, ensayista, prosista, política y mujer. La complejidad del conflicto que asedió a la Mistral y que es palpable en toda su obra, se resuelve con fuerza inaudita en estos poemas. Aunque es cierto que los poemas de "Locas mujeres" de Lagar II no están del todo terminados, ya que éstos aún se hallaban en proceso de corrección por la autora cuando acaeció su muerte, también es cierto que la fuerza de sus imágenes y de su lenguaje, aportan enormemente a la complexión del imaginario que inició en la sección "Locas mujeres" de Lagar I.

LA DESVELADA

En cuanto engruesa la noche
y lo erguido se recuesta,
y se endereza lo rendido,
le oigo subir las escaleras
Nada importa que no le oigan
y solamente yo lo sienta.
¡A qué había de escucharlo
el desvelo de otra sierva!

En un aliento mío sube
y yo padezco hasta que llega
-cascada loca que su destino
una vez baja y otras repecha
y loco espino calenturiento
castañeteando contra mi puerta-.

No me alzo, no abro los ojos,
y sigo su forma entera.
Un instante, como precitos,
bajo la noche tenemos tregua;
pero le oigo bajar de nuevo
como en una marea eterna.

El va y viene toda la noche
dádiva absurda, dada y devuelta,
medusa en olas levantada
que ya se ve, que ya se acerca.
Desde mi lecho yo lo ayudo
con el aliento que me queda,
por que no busque tanteando
y se haga daño en las tinieblas.

Los peldaños de sordo leño
como cristales me resuenan.
Yo sé en cuáles se descansa,
y se interroga, y se contesta.
Oigo donde los leños fieles
igual que mi alma, se le quejan,
y sé el paso maduro y último
que iba a llegar y nunca llega...

Mi casa padece su cuerpo
como llama que la retuesta.
Siento el calor que da su cara
-ladrillo ardiendo- contra mi puerta.
Pruebo una dicha que no sabía:
sufro de viva, muero de alerta,
¡y en este trance de agonía
se van mis fuerzas con sus fuerzas!

Al otro día repaso en vano
con mis mejillas y mi lengua,
rastreando la empuñadura
en el espejo de la escalera.
Y unas horas sosiega mi alma
hasta que cae la noche ciega.

El vagabundo que lo cruza
como fábula me lo cuenta.
Apenas él lleva su carne,
apenas es de tanto que era,
y la mirada de sus ojos
una vez hiela y otras quema.

No le interrogue quien lo cruce;
sólo le digan que no vuelva,
que no repeche su memoria,
para que él duerma y que yo duerma.
Mate el nombre que como viento
en sus rutas turbillonea
¡y no vea la puerta mía,
recta y roja como una hoguera De Lagar I


LA TROCADA


Así no fue como me amaron
y camino como en la infancia
y ando ahora desalentada.
Serían aquellos metales
donde el amor tuvo peana.
Serían los duros líquenes,
el descampado, la venteada,
o los pardos alimentos
-piñón, y cardo y avellana-
si me amaban como se odia
y al Amor mismo avergonzaban.

El montañés miró mi rostro
como la ruta con celada.
Para su amor fui la lobezna
por peñascales rastreada.
A los engendras de la noche
se fiaban más que a mi alma,
veía el duende de la niebla,
los espejos de la avalancha,
y nunca oyó mi canto ardiendo
sobre su puerta con escarcha...

En el país de la gaviota
del aire suyo voy llevada
y le pregunto al que me lleva
por qué, en bajando, fui trocada,
y me creen sobre las dunas
y en salinas yo he sido salva.

Y camino como la niña,
aprendiendo tierra mudada,

clara patria color de leche,
lento olivar, lindas aguadas,
oyendo pido cantos no sabidos,
teniendo hermanas iguanas
y ¡con extrañeza, con asombro,
y azoro de resucitado!

De Lagar II


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