lunes, 5 de enero de 2009

Romeo Murga por Jorge Teillier



En la generación poética del año 20, Romeo Murga nos parece el ángel guardían que llega a la casa de la poesía por sólo un instante, la ilumina silenciosamente con una linterna y luego desaparece. Sí el ángel guardián al lado de aquel ángel caído que era Alberto Rojas Giménez, y el ángel perseguido: Joaquín Cifuentes Sepúlveda, aquel que llevaba escrito "mala estrella en caracteres misterioso en los repliegues de la frente".
Nacido en 1904, en Copiapó, el 18 de junio, muere Romeo Murga en la villa de San Bernardo el 22 de mayo de 1925. Como el lector puede deducir, nuestro poeta no alcanzó a vivir veintiún años. Dejando de lado el ejemplo clásico de Tomas Chaterton, suicida a los dieciocho años, o Medardo Angel Silva, suicida a los veinticuatro, encontramos en estas latitudes americanas sólo dos casos semejantes de poetas muertos tan precozmente, cuando todo hacía anunciar una futura gran obra: el argentino Francisco López Merino y el uruguayo Andrés Héctor Larena Acevedo, con los cuales está emparentada singularmente la voz poética de Murga.
Cuando para conocer la imagen terrena del poeta acudimos a sus coetáneos nos impresiona como uno de aquelos seres de los cuales habla Maurice Maeterlinck en "El tesoro de los Humildes", llamándolos "Los advertidos" y a quienes caracteriza de la siguiente manera "Los conocen la mayor parte de los hombres y los han visto la mayoría de las madres. Son indispensables como todos los dolores, y aquellos que se le han acercado son menos dulces, menos tristes y menos buenos..." Y más adelante: "A menudo no tenemos tiempo de advertirlos, se van sin decir nada y permanecen desconocidos para siempre. Otros se demoran un poco, nos miran sonriendo atentamente, y hacia los veinte años se alejan con rapidez, como si vinieran a descubrir que se equivocarían se permanecieran pasando su vida entre hombres que no les conocían... Están casi al otro extremo de la vida, y se siente que al fin tendrán su hora de afirmar cosas más grave, más humana, más real y más profunda que la amistad, la piedad o el amor; una cosa que aletea mortalmente en la garganta y que se ignora y que no ha sido jamás dicha; y que ya no será posible de decir, pues tantas vidas se pasan en el silencio"...

Gracias
Mujer, la de esos besos, la de esos besos largos,
la de esos besos breves, húmedos y calientes,
la del regocijado sonreír en la sombra
que iluminó la vaga blancura de sus dientes;
la de la casa humilde, con ventanas humildes,
en la calleja oscura, soñolienta y callada;
la que entre beso y beso me lo decía todo,
aunque entre beso y beso no me decía nada;
la de mirar risueño, la de reír risueño,
la de querer ardiente, violento y extenuante;
la que vivió conmigo, con nosotros, con ella,
esa noche de amor, corta como un instante;
la que turbó el solemne silencio de esa noche
con las voces amargas y dulces del pecado;
la que dejó en mis brazos, en mi ser, en mi vida
eso que es el recuerdo de que nos han amado.
Gracias mujer, la inquieta, la de este pueblo quieto,
la de esa noche alegr, por que tu la alegrabas;
gracias, la de los rojos besos interminables,
por esos besos rojos e interminables, gracias!

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