sábado, 15 de octubre de 2011

Varios sobre Baldomero Lillo


- Fue para sus semejantes Baldomero Lillo un hombre serio, tímido, contenido, penumbroso. Un hombre casi sin pulmones, un apartado de la vida. Al menos esa era su apariencia; pero detrás de su frente y en su corazón había un fervor incontenible por la existencia. Todo lo sintió con intensidad extraordinaria: la alegría, el sufrimiento, el odio, el amor y la compasión. Un hombre que comienza a escribir y hace, desde el primer momento, páginas definitivas, no obra de inspiración súbita, no acierta por el puro vaivén de las cosas. Ese hombre de cierta manera es el mensajero de su pueblo y de su honra. González Vera.

- Baldomero Lillo se murió y no debió morirse y dejó una obra enorme, inconclusa, potente y débil. Potente en sí misma, en sus tema, en el planteamiento de su temas; débil porque su círculo es pequeño, un círculo abierto que cerró apresuradamente, injustamente, la muerte del gran narrador, el primero, el más fuerte, el más honrado, el menos comprometido de nuestros escritores. Cuentista modelo, descubridor del mundo sufriente del subsuelo chileno, no tuvo tiempo para terminar su grande obra, que ahora vemos nada más que comenzada. Muchos de sus cuentos, al lado de la intensidad y de la fortaleza de otros, no son sino fugaces apuntes para una obra en profundidad, esbozos frágiles de capítulos de novela, programas apresurados para una ambiciosa y cruel novela de la ciudad. Carlos Droguett.

- La prosa de Baldomero Lillo es descarnada, sin arte, sin adornos y, en muchas partes, deficiente. Todos sus cuentos son de una dramaticidad casi cruel, que no ha sido superada y que tal vez ya no podrá serlo: imposible agregar nada. La Compuerta número 12, en que narra las angustias de un niño de ocho años que es llevado, llorando, a trabajar en el interior de una mina de carbón, es algo que no se puede leer sin desgarramiento. Del mismo modo Los Inválidos, historia de dos caballos retirados del trabajo, y sacrificados. Manuel Rojas.

- Los cuentos mineros de Lillo causaron una conmoción en la vida literaria chilena. Era la primera obra de creación artística en que se trataba con competencia y a conciencia un aspecto de nuestro mundo industrial. De consiguiente, el obrero pudo leer con interés y respeto una obra que retrataba sus afanes sin recurrir a la desfiguración melodramática para disimular la ignorancia de los pormenores del oficio. Por su parte, los escritores chilenos descubrieron un autor novel que seguramente sin pretenderlo, venía a señalarles el buen camino con sus relatos de lenguaje llano y de escrupuloso esmero en la composición de conjunto. Yo nunca vi hombre más natural, ni he encontrado en ninguna parte otro escritor, sano o enfermo, con tan robusta salud moral, más libre de toda afectación. Donde iba no hacía más que preguntar, preguntar, preguntar. Una tosecilla seca le golpeaba el pecho con esa odiosa insistencia que tiene el llamado del cobrador a plazo que viene a cobrar la prenda. Toc, toc, toc. “¡Vamos, hay que apurarse, el tiempo escasea!” Ernesto Montenegro.

- Baldomero solía viajar de Lota a Concepción a buscar libros. Un librero se los prestaba, pero a condición de que no abriera las páginas cerradas. (Los libros venían en aquel tiempo con los pliegos cerrados. Había que cortar las páginas con un cortapapeles para poder leerlos.) Los leía todos, pero sin abrirlos. Los leía de lado, levantando cuidadosamente el extremo de las páginas, como hurgando el contendido. Eduardo Barrios.

AOC.®.2011
Aporte de Gustavo Donoso y sus Subrayados

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