domingo, 2 de noviembre de 2008

heroínas del Pacífico


¿Existe acaso una heroína del Pacífico, tendrán ellas los mismos poderes con que Elena de Troya, Beatriz e Isolda, mujeres inmortalizadas por la poesía, fascinaron al mundo? ¿Y si la seducción de una mujer dependiera de la corriente de Humboldt, cuales serían sus artificios?
Sería bueno asomarse a ese mar Pacífico, en que la vida recobra una energía devastadora y ambigua, y consultar en él como en un mágico espejo la forma de esta Eva de los mares.

MURASAKI x MURASAKI

Hace mil años, en la corte de Kyoto, en el Japón, donde los hombres, sin verlas, se enamoraban de las mujeres por la excelencia de su caligrafía, una dama de la emperatriz llamada Murasaki Shikibu, en su diario intimo se describe a si misma:
“De que soy muy vanidosa, reservada, intratable y quiero siempre mantener a la gente a cierta distancia. De que estoy siempre metida en el estudio de las viejas historias. De que soy afectada y vivo todo el tiempo en mi propio mundo poético y apenas me doy cuenta de la existencia de los demás, como no sea, de vez en cuando, para hacer comentarios malévolos y despectivos. Tal es la opinión que tienen de mi la mayoría de los que no me conocen y, que por tanto, están dispuestos a odiarme. Pero cuando llegan a conocerme, descubre con enorme sorpresa que soy amable y benévola, una persona, en realidad, totalmente distinta del monstruo que se habían imaginado, como así en verdad muchos lo confesaron después. Sin embargo, yo sé que se me acusó en la corte de ser pedante. Rígida y aviesa. No es que me importe mucho, pues estoy acostumbrada a ello y veo que se debe a cosas propias de mi naturaleza, y que no me es posible cambiar.

Encuentro con el amor
En un basto libro, Genji Monogatari (“la historia de Genji”), Murasaki Shikibu recoge el final de la dinastía Hei, justo antes que en el Japón se instaurara el feudalismo. El esplendor de ese periodo se encerraba en la corte. Sus luchas políticas, sus fiestas, su galantería. El héroe de la novela vive en los extramuros, en las ermitas de los montes, junto a las cascadas, mimado por el mundo. Un día sube a un templo de la montaña del norte y un viejo ermitaño le habla de un primer ministro que, retirado a la soledad, vive allí con su hija.
Al día siguiente Genji se encuentra con ella, Murasaki, que así también se llamaba la protagonista del libro.
“Sus rasgos eran muy exquisitos; pero sobre todo el modo en que crecía su pelo, como en masas de nubes sobre sus sienes, pero apartadas de su frente al manera infantil, lo que lo sobrecogió como algo maravillosamente hermoso.”
Más tarde Genji la adopta y la lleva a vivir a su casa, causando el escándalo de todos.
“A él le parecía, ahora que podía estudiarla a su gusto, que ella era aún más adorable de lo que él había concebido, y pronto trabaron una afectuosa conversación. El mandó a buscar unas imágenes y unos juguetes entretenidos para mostrárselos a ella y se dedicó a divertirla de todas las maneras que podía.”

Juegos de amor
Durante dos o tres días Genji no fue a palacio, sino que pasó todo su tiempo distrayéndola. Finalmente le dibujó toda clase de imágenes para que ella las guardara en su cuaderno, mostrándoselas una por una , a medida que él las hacia. Ella pensó que era el juego de figuras más hermoso que jamás había visto. Luego él le escribió parte del poema Musashi-no. Ella quedó encantada por el modo en que estaba escrito en atrevidos trazos de tinta sobre un fondo teñido de púrpura. En letra más chica estaba el poema:

“Aunque no pueda ver la raíz-padre,
amo con todo tiernamente el retoño;
La planta del rocío que crece en el páramo Musashi”

“Ven –dijo Genji, mientras ella lo admiraba- escribe tú también algo.”
“Aún no puedo escribir bien –contesto ella, mirándolo a la cara con un embrujamiento tan del todo inocente que Genji tuvo que reírse.”
“Aun cuando no puedas escribir muy bien, no voy a dejar que te salgas con la tuya. Deja que te dé una lección.”
“Con muchas tímidas miradas dirigidas a él comenzó ella a escribir”
“Luego construyeron casas para las muñecas y jugaron tanto tiempo juntos este juego que Genji olvidó durante un rato la gran angustia que en aquel momento hacia presa de su mente.”
“Cuando regresaba él de cualquier parte era ella la primera en salir a su encuentro y entonces comenzaban los juego y las conversaciones prodigiosas, sentada ella todo el tiempo en el regazo de él sin la menor timidez ni restricción. Una compañera más encantadora no hubiera podido imaginarse. Pudiera ser que, al crecer ella, no sería siempre tan confiada.
“Si hubiera sido realmente su hija, las conversaciones no habrían permitido que él siguiera viviendo con ella en los términos de una intimidad tan completa; pero en un caso tal, él sentía que escrúpulos como estos no podían aplicarse”.
Tiempo después Genji convierte a esta mujer-niña, educada por él, en su segunda esposa. La vida del príncipe sigue agitándose en las redes del poder. Mantiene una extraña relación con las mujeres que lo amaron: no las abandona jamás del todo. Ellas son su pasado. Pero el presente o la dicha es Murasaki: la cascada del bosque secretamente en medio de la ciudad. Ella no es un refugio, sino la compañera de otro mundo más real. Y un día ese mundo se la lleva. Comprendemos entonces quien era ella: un indicio frágil de la inmensidad, cuando muere ahogada en el tifón que arrasa los palacios.
Murasaki es la espuma de ese mar.

Fayaway la Eva inocente

Entre 1841 y 1842 el poeta norteamericano Heman Melville paso dieciocho meses en un barco ballenero, del cual desertó al tocar las islas Marquesas, en donde fue acogido y dulcemente retenido en cautiverio por una tribu de caníbales.
Al comenzar este viaje de iniciación que iba a durar toda su vida, una aparición le abre las puertas del paraíso terrestre. Es Fayaway, la Eva inocente, hija del guerrero que lo ampara. Ella es quien lo acompaña durante toda su estada en el valle de Taipí. Melville la observa y la obedece. Hay algo más que curiosidad en los detalles que nos da de una rara delicadeza en la barbarie que tenían Fayaway y sus compañeras.
En el libro de Melville ella no es la imagen de un regreso a la vida primitiva, Fayaway, por su gusto en fumar y en el adorno, por su arte delicadísimo en la preparación y en la aplicación de cosméticos, abre lo puramente humano (es decir, lo “gratuito” en la naturaleza).
Pero la aventura poética de Melville, que primero fue búsqueda y luego huida , exige ahora de él que se desprenda hasta del paraíso. El valle se ha vuelto para el una prisión. Las guirnaldas de flores sus cadenas. La amistad de los nativos, una perpetua vigilancia. Los taipies son atacado y vencido por su enemigos, los feroces happars. El narrador aprovecha la ocasión para lograr su libertad.
Fayaway se borra del libro casi sin que nadie se dé cuenta, como si por ello el autor hubiera querido señalar su carácter de enigma: por su desaparición la Eva inocente invita a su compañero a abandonar el Jardín.

Isabel de los mares

Durante 20 años un gentilhombre gallego llamado Alvaro de Mendaña y Neira había explorado las aguas vírgenes del océano Pacifico. En 1569 antes de tocar Acapulco anunció haber descubierto las islas del oro de Ofir a las cuales el rey Salomón había enviado sus barcos, como consta en el Antiguo Testamento. Busco apoyo para sus informes en las cortes virreinales pero no tuvo suerte.
En 1856 a sus 44 años se caso con la joven Isabel Barreto, lo que cambio su suerte y consiguió el apoyo de Garcia Hurtado de Mendoza virrey del Perú para sus proyectos sobre las islas del oro de Ofir.
Por su parte Isabel era una pelirroja que había nacido en los brazos de un mar interno – las rias de Galicia -. Desde siempre había sentido el deseo de la libertad del mar. Ella la presintió en aquel hombre encanecido por tantos vientos y con el se fue.
En el viaje de reconocimiento llegan a las islas que bautizan con el nombre de Santa Cruz habitada por naturales muy poco amistosos con los que rápidamente entran en conflicto, a lo que se suma una epidemia en la cual muere don Alvaro en brazos de Isabel, a la que le hace prometer que siga fiel al sueño que los había unido.
Animada por esta voluntad asume el mando de la escuadra, conduce sus barcos desde el puente de mando, con su cabellera roja la persuasión y su belleza logra mantener el control sobre los hombres. Pero la escuadra se dispersa por tempestades o traición de los capitanes.
Antes de llegar a Manila en busca de refuerzos ve que su marinería se ve diezmada ya por 47 muertos. Se topa con un galeón con bandera española al cual pide ayuda de alimento y agua, pero estos se niegan. Isabel espada en mano salta sobre el galeón gritando “al abordaje! Seguida por sus hombres. Los asaltados sorprendidos y cautivados ante el arrojo de esta mujer atribuyen su derrota a las malas artes de la “bruja pelirroja”.
Por años surco los mares con buena y mala suerte pero con la espuma roja de su cabellera tejió el mar de la leyenda.

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